domingo, 28 de febrero de 2016

La insoportable comodidad de la zona de confort

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El otro día hablaba con una de mis coachees y hacíamos balance de su proceso de crecimiento personal y profesional desde que, hace un tiempo, arrancó con su primera sesión de coaching. Recordábamos aquel momento en que decidió que no quería seguir viviendo conforme lo estaba haciendo. Sabía que necesitaba un cambio. Y por eso empezamos a trabajar juntas.

“Fue cuando tomé la decisión de abandonar la zona de confort. No podía seguir más tiempo allí, me estaba ahogando”, me dijo. La frase fue muy elocuente. Ponía de manifiesto una gran contradicción: ¿zona de confort o zona de dis-confort?

¿Paradójico verdad? Estaba en la zona de confort (supuestamente cómoda) y sin embargo, se ahogaba. ¡Qué ironía! Mi clienta analizaba, con cierto tono de humor, esta discordancia: “¡lo incómoda que me resulta a mí a veces la llamada zona de confort!”

Y es que, efectivamente, uno suele descubrir que existe la zona de confort cuando está incomodísimo en ella. Esto es, cuando siente que algo no va, cuando siente ese “no sé qué, qué sé yo…” que nos hace no estar bien y no saber cómo remediarlo. Algo, dentro de uno, está pidiendo a gritos otra cosa, un cambio. Y, no es raro que uno no sepa por dónde empezar.

Empecemos por el principio


Mientras todo marcha razonablemente bien, pocos se acuerdan de la zona de confort, aunque vivamos en ella. En tanto, el día a día no genera contradicciones vitales, las cosas van funcionando y no surgen mayores cuestionamientos. Incluso estando en mitad del atasco habitual de todas las mañanas, como ilustra el video de “Atrévete a soñar”, podemos estar adaptados y no percibir mayor incomodidad.

¿Qué puede ocurrir? Que ya no soy feliz en este sitio, con este trabajo, con esta pareja, con este plan de vida, con ese atasco… (podemos añadir y concretar cantidad de situaciones ¿verdad?). Aquello que antes me hacía disfrutar o al menos no me disgustaba, ahora se torna aburrido, cansino, poco motivador; en definitiva, no nos gusta.

Esta etapa suele ir acompañada de cierta “negación de la realidad”: no quiero aceptar que algo se ha “descontrolado” porque eso significa que necesito un cambio y los cambios suelen generar miedo. Vivo en la queja pero evito ponerme “manos a la obra”.

Aquí es cuando, en muchas ocasiones, alguien me dice de manera más o menos directa que me toca abandonar la “zona de confort”. Entonces, tomamos conciencia de que existe un estado de vida llamado así y en el que se supone que estoy confortable. Pero es curioso, yo no me siento satisfecho. Sin embargo, me resisto a salir de ahí como si realmente fuera feliz. No hay que alarmarse por esta contradicción, es la evolución normal de un proceso de cambio.

No es extraño que siga prefiriendo la insoportable comodidad de la zona de confort a la aventura de la renovación. Afortunadamente, nuestro deseo de mejora y de sentirnos a gusto nos impulsará y saldremos hacia la siguiente etapa, camino de una solución.

Las cuatro habitaciones


Para entender mejor este proceso, te describo brevemente la teoría de las cuatro habitaciones del cambio, desarrollada por Claes F. Janssen. Este psicólogo ilustra el proceso de cambio como algo similar a una casa que contiene cuatro habitaciones con características muy distintas.

Las dos primeras salas hacen referencia a lo que hemos estado hablando hasta ahora. Verás que se trata de dos momentos distintos: el del confort y el de la negación.

  • La primera habitación es la sala de confort en la que yo me siento bien y donde tengo mi vida, digamos que “bajo control”. Mi adaptación es buena, vivo relajado y en un buen estado de bienestar. No necesito otra cosa.
  • La segunda habitación es la sala de la negación. Sigo cómodo pero no tanto como antes. Siento que debo hacer algún cambio, pero me resisto porque aun, a pesar de que hay cierta ansiedad, sigo estando relativamente bien. Eso sí, cada vez menos. El miedo a la incertidumbre me frena frente a la decisión de cambio.

La casa posee otras dos habitaciones más; en ambas, las ventanas ya se han abierto al cambio. Hay personas que nunca llegan a entrar en estas dos habitaciones. No se atreven a dar ese paso en ningún momento de su vida. Otras, se quedan largo tiempo atascados en la tercera, sin saber hacia dónde tirar.

  • La ansiedad que nos empuja a cambiar nos lleva a la tercera habitación, la de la confusión, la incertidumbre y la desorientación.  Aquí tenemos ya claro que merece la pena lanzarse al cambio y también, sabemos lo que queremos (un cambio de estilo de vida, una reinvención profesional …) pero no sabemos cómo hacer para conseguirlo. Concretar esa necesidad, traducirla en cuestiones “tangibles” requiere en ocasiones un importante trabajo de reflexión sobre uno mismo. Esa sensación produce cierto vértigo, que bien gestionado puede convertirse en energía muy creativa hacia el cambio.
  • Por fin entramos en la cuarta sala, la de la renovación. En esta sala se hace realidad el cambio, empiezan a implementarse las soluciones. Sé lo que tengo que hacer y me pongo a ello. Desaparecen las dudas, hay ilusión y fuerte motivación.

Todas las habitaciones son igual de importantes, cada una tiene su propia peculiaridad, si bien para mí, son especialmente delicadas la segunda y la tercera. ¿Por qué? porque en el caso de la sala de la negación, hay un interesante trabajo personal al enfrentarnos a la realidad para aceptarla; y en el caso de la tercera habitación, la de la confusión, porque salir de ella conlleva un importante proceso de autoconocimiento.

Piensa por un momento: ¿En qué habitación te encuentras actualmente? ¿Están en distintas salas las diferentes facetas de tu vida (trabajo, familia, ocio, etc.)? ¿Te es fácil pasar de una habitación a otra cuando necesitas afrontar un cambio?


Transitar por esta casa es vivir, el cambio va asociado a la vida. No siempre es fácil afrontar estos retos y es ahí donde una mínima ayuda por parte de un profesional puede ser tremendamente útil para salir de una habitación y pasar a la siguiente. No dudes en buscarla si ves que llevas demasiado tiempo intentando pasar de una sala a otra, y no lo consigues.